persona de mi círculo de recientes conocidos comenzó a dirigirse
hacia mí con cierta solemnidad bajo la etiqueta de «artista». Dadas las
circunstancias, tal nombramiento social en vez de halagarme me extrañó. Él
conocía apenas lo indispensable para hacerse una idea vaga de quién soy (más
allá de la obviedad de ser mujer) y a esas alturas, con sólo ver un par de
obras mías seguro no podría saber si mi compromiso para con la ilustración
corresponde al de un verdadero profesional; mención aparte de la congruencia,
el manejo de técnica, y el discurso de la propuesta gráfica. De hecho, esa
vivencia fue muy similar a cuando comprando verduras el tendero.
Hablando de nombramientos: admito que no he terminado de
identificarme con el mote de ilustrador. Creo que, cuando caes en esto de las
etiquetas, dejas en esas palabras el poder para que estas te definan marcando
lo que eres y lo que no eres, de manera involuntaria muchas veces. Es verdad
que eres beneficiado por la carga positiva que algunos términos conllevan, pero
también formas un perímetro invisible con las limitaciones que vienen con
ellos, más cuando se eligen términos complejos y escabrosos. Entonces el riesgo
de choque llega por triplicado. Sobra decir que esto del «arte» bien entra en
esta clasificación.
Recuerdo de cuando estudiaba la carrera de diseño haber
escuchado con cierta regularidad: «Somos diseñadores, no artistas». En primera
instancia siempre me sentí de acuerdo con eso, comprendía que el objeto de
estudio no era el mismo para ambos casos, pero llamaba mi atención el esfuerzo
puesto para colocar en clasificaciones opuestas aquello que comparte fuertes
términos en común: valor estético, perfeccionamiento continuo, aporte a la
cultura, etc. En el plano profesional, ahora con la ilustración, me sucede algo
similar; en primera instancia defiendo la idea de que la ilustración y el arte
no nacen siendo lo mismo, pero cuestiono esa barrera creada tanto por
desconocidos como por mis propios colegas que colocan permanentemente y del
lado opuesto el trabajo de estos profesionales, llegando a considerarlos (y
ellos mismos considerarse) como maquileros de imágenes.
Vuelvo al arte, ese que no ha se ha definido siempre de una
misma manera, ni se ha visto actuando bajo iguales criterios: a lo largo de la
historia hemos visto diferentes explicaciones de lo que se considera «debe ser»
y diferentes clasificaciones de lo que es clasificado «dentro de». Desde la
búsqueda de reconocimiento de la escultura y la pintura como más que simple arte
vulgar, de cualquier modo, la concepción de arte actual y aparentemente natural
que manejamos es, en realidad, una delimitación relativamente nueva y, como
hemos visto de acuerdo a su historia, en continua mutación.
Me arriesgo a poner dos términos cara a cara: «Ilustración» y
«Arte». La ilustración ¿llega a ser arte? Luego, la pregunta lógica: ¿qué se
entiende por arte? Mejor dicho, y por considerar en la definición el halo de
subjetividad que pudiese aparecer: ¿qué entiendo por arte? Simple: la exaltación
humana de ser, mediante el hacer. Puntualicemos un poco:
1.
El arte para ser requiere de destreza en la acción, buscar el
perfeccionamiento en un grado superior al que la mayoría de la gente puede
alcanzar.
2.
En un inicio el arte era sinónimo de habilidad en un trabajo
racional regido por ciertas reglas; arte era, entre otras cosas, el
perfeccionamiento de los oficios manuales y racionales; arte era también la
astronomía, la música y la lógica.
3.
En el arte el individuo se involucra a plenitud: desarrolla la
técnica, entrega el espíritu, condiciona la mente.
4.
Contrario a lo que a veces se piensa, el arte sí tiene un
propósito, un fin de servicio: robustecer al hombre, extender su existencia en
la existencia. Se trata de escalar las proporciones del ser.
5.
Para ser considerado arte debe ser validado; si no hay quién
reconozca la destreza, esta no existirá. El arte no comprendido no es. El arte
es, pues, de acuerdo al consenso.
6.
El arte al ser evaluado a voz e intelecto de hombres de carne y
hueso, es afectado indirecta e involuntariamente por las circunstancias y los
dogmas en turno en los límites espacio-tiempo.
Dicho esto, me permito también rescatar tres propiedades que en
general veo contenidas en las obras: forma, estética y contenido. Siendo este
último el de mayor aparente trascendencia: lo que la obra dice a partir de los
elementos que se le otorgan para hacerlo, el discurso, la propuesta. El
condensado del ser que por soltura habita en el plano de lo intangible yendo
aún más allá, experimentando con temas de empatía social hacia una serie de
posibilidades presentadas como infinitas, en una suerte de aparente conquista
inmaterial. Sin embargo, nos ubicamos frente a un valor cambiante (seguimos
hablando del contenido), si buscamos interpretarlo dentro de una obra, veremos
que muta y muchas veces se extravía en el tiempo (duros estragos para ser
logros de una medida irreal, creada por el hombre). Sucederá lo mismo con la
estética; esta,
vista como valor ontológico, existe por el reflejo de uno mismo, haya belleza o
no, un fenómeno que se presenta gracias a la percepción
sensible. Contenido y estética, entrarán en el cesto de la subjetividad.
Tenemos dos valores sujetos a interpretación. Nos queda así la hermana
menor como aparente vencedora: la forma.
Clive Bell, crítico de arte del siglo XX decía: «La excelencia
formal es el único carácter intemporal del arte a través de los siglos». Tardé
en estar de acuerdo, luego reparé en el hecho de que hoy día esta forma de la
que este inglés hablaba está supeditada en la mayoría de las ocasiones al
contenido (y por supuesto la materia), además que la estética ahora reinante no
equivale a la del Renacimiento (y no digo que deba serlo). Pareciera que
sacrificamos la trascendencia en el tiempo. Para no perdernos en esta reflexión
y sin dejar huérfana la pregunta, diré que creo que depende de que otros
valores la soporten.
Traslademos lo escrito al entorno que me compete: ¿la
ilustración llega a ser arte? (hago la observación: no considero que el arte o
la ilustración se encuentren en superior jerarquía para con el otro, ni les veo
como universos separados).
Si hablamos de forma, contenido y estética, luego de lo ya
mencionado, hablamos de valores sobrados en una imagen producida por un
profesional. De hecho hay trabajos de gran calidad realizados por ilustradores
que han trascendido fronteras físicas y temporales. Aquí hago una nota: para
trascender, una obra de arte no requiere ser entendida sino sentida, para que
una ilustración llegue a la misma palestra no sólo debe ser sentida sino
también entendida.
Decíamos también del individuo involucrado a plenitud:
desarrollando su técnica, entregando el espíritu, condicionando la mente en
busca de un propósito; en este caso: la acción de comunicar mediante imágenes
(una propuesta funcional que Clive denominaba «la forma significante»), y esto
nos lleva al tema de la exaltación humana y el vínculo que se genera entre las
ilustraciones y el receptor; esta relación se revelará con un fuerte apego, en
una suerte de prendamiento que llega a experimentarse incluso desde el primer
instante de contemplación. No es gratuito que en el boom del libro-álbum se
amplíe cada vez más el target,
ni que se logren tantos nuevos espacios de exposición para esta rama.
¿Qué está haciendo falta? Validación de la obra, y en este punto
me detengo, pues contrario a lo que pueda haber podido aparentar hasta ahora,
no pretendo colocar toda la ilustración en el mismo plano del arte, sin embargo
a aquella que comulga con el perfil, aplaudo su derecho de pertenencia. Eso sí,
hay que saber diferenciar de la paja y darle el debido lugar a cada cosa.
En esta cuestión de defender espacios: hacen falta mentes serias
estudiando el panorama y sirviendo de portavoz, calificando e investigando el
fenómeno, analizando las obras, escribiendo la historia, haciendo comprensible
un mercado que no es el mismo del arte aunque al igual que en este, existen
aspectos compartidos.
Subrayo y termino: no todas las obras son trascendentales, en
ocasiones no son realizadas ni siquiera con el profesionalismo debido y esto
compromete irremediable y negativamente al resto. Nos olvidamos que por su
naturaleza de imagen destinada a la reproducción, la generación de una
ilustración también es generación de cultura, y decidirse a ser ilustrador es
adquirir una responsabilidad social. Los calificativos que reciba nuestro
trabajo dependerán de la calidad de este y el respeto que nosotros mismos
tengamos con nuestra profesión, y con ello acentúo la idea general del texto.
Como profesionales de la imagen, comencemos por tomarnos en
serio para generar dicho reflejo con los demás y dejemos las etiquetas
gratuitas.